Cuando
hemos sufrido un traumatismo, corte, incisión o rotura de tejido orgánico de
cualquier tipo, bien sea accidental o voluntario (operación de estética, piercings,
tatuajes, etc.) nuestro cuerpo guarda memoria del daño recibido y especialmente
de las sensaciones que van relacionadas con él.
Esta
memoria no reside necesariamente en el cerebro sino que normalmente radica en
las fascias y otros tejidos orgánicos y persiste a lo largo de los años.
Podemos
compararlo con lo que ocurre al instalar o desinstalar programas en nuestro
ordenador: suelen quedar archivos residuales perdidos en el sistema que, con el
tiempo se acumulan ralentizando la máquina, que no funcionará correctamente
hasta que sean localizados y borrados.
Citaremos
el caso real de un cliente que sentía molestias en una rodilla desde hacía
muchos años. En ninguna de las pruebas médicas que se había realizado se consiguió
encontrar la causa.
Durante
una sesión de terapia craneosacral revivió un incidente olvidado hacía mucho
tiempo. Cuando era niño, sufrió un pequeño accidente en esa rodilla. Ocurrió
delante de su familia y por jugar donde le habían advertido que era peligroso,
de modo que además del daño se sintió muy avergonzado.
Mientras
evocaba los hechos sintió una súbita sensación de alivio en la rodilla
acompañada de un “clac” perfectamente audible en la cabina, aunque en ese
momento no se le manipulaba la zona afectada.
Después
de esto nunca más volvió a sentir dolor ni molestias.
Aunque
la pequeña herida había curado hacía 50 años, la situación vivida permaneció
enquistada en sus tejidos hasta el momento de su liberación.
Cualquier
trauma físico va asociado a otro emocional más o menos intenso que queda registrado
en la memoria tisular y durante mucho tiempo puede hacer que tengamos molestias
crónicas o reincidencias en traumatismos aparentemente curados.
En
las terapias naturales, al ser el propio cuerpo el que favorece su curación, lo
hace siempre de una forma integral borrando todos los rastros emocionales o
energéticos relacionados.
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